Mi opinión
- Javier Freijido
- 22 sept 2016
- 2 Min. de lectura

El tiempo pasa rápido y algunos se empeñan en hacer que pase aun más veloz. Hace un mes, en agosto, mientras muchos comíamos pescadito en la playa y tomábamos el mojito vespertino, las noticias se afanaban en informar que en un pueblecito de Andalucía una empresa ensamblaba las luces que lucirán en las calles españolas la próxima navidad, que en Jijona ya removían la mezcla de almendra y melaza para elaborar los dulces que comeremos por esas fechas y en otros foros más especializados anunciaban que la ropa de una conocida marca se confecciona con año y medio de antelación.
¡Qué empeño en querer hacer correr el tiempo más de lo que él mismo sabe hacerlo! Luego cuando nuestra cara muestra arrugas como pátina de dicha aceleración nos desvivimos por aplicarnos fórmulas magistrales para que parezca que por nosotros no corre el tiempo ¡que controversia! La desazón llega cuando observas que para quienes sí debe de ser preocupante el paso del tiempo por el número de personas que dependen de sus designios, a estos nada les hace pestañear, salvo para quitarse alguna mosca que con el calor se acerque.

Ahora que vamos camino del otoño- época del año ésta en la que empezamos cosas en nuestra vida- véase cursos, gimnasio, una nueva etapa en otra ciudad o una relación amorosa y si me permiten desacelero, me tomo un respiro y utilizo esta última como símil.
Andan nuestros candidatos como auténticos pretendidos. Se muestran seductores y canallas, cierto es que algunos más que otros.

De Rajoy sabes que no podrías enamorarte, es aquel amante del que sabes que en anteriores relaciones ha sido infiel, ha preferido dejar a su pareja en casa para ir con los amigos y nunca ha recordado una fecha.
De Rivera diría que es aquel que sale a conquistar, que no acepta volverse de vacío a casa sin conquista, que si tiene que decir voy al aseo para presentarse en el bareto de al lado donde alguien le espera, lo hará. Si tiene que decirte no eres tú soy yo, para semanas más tarde pedirte volver, lo hará. En fin un canalla italiano.

Pedro ¡ay pobre! es un enamoradizo, él se ve guapo y buen chico y no entiende como no liga, cree en las relaciones abiertas, de muchos componentes, pero ni con esas.

¿Y Pablo? Pablo sabe que no es atractivo pero se sabe pícaro y con paciencia, él sale y espera que sus amigos se hayan emborrachado para quitarse rivales, cuando la cosa esta más dulce, lanza sus dardos, pero a veces su diana se mueve demasiado y no acierta. De él se puede decir que su relación con Iñigo, es como la de aquel que está casado y mantiene una relación fuera del matrimonio, que todo el mundo lo sabe pero los enamorados hacen ver como que no se conocen, para después solazarse taimados en la cama.
Con este panorama me atrevo a predecir que el amor no triunfara este otoño, así que deberemos registrarnos en alguna aplicación para buscarlo.
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